Thursday, October 26, 2006

La vie interdite/ La vida prohibida*



A mis animales

A mis gatos y a mis perros,

Pero especialmente a mi gata

Y a todos sus gatitos muertos.

“La cría
de los hijos como la cría
de ganado como
pisar uvas es arte
menor, para un jefe
de hogar”
(Martín Rodríguez en Paniagua).

Me acuerdo que a la última cría la llevé al departamento de mi abuela, el de al lado de las vías de tren. Pero no hubo caso, ningún gatito sobrevivió: a los quince días de encierro, cada uno había tomado la decisión fatal de tirarse por la ventana. “Los habrá agarrado un tren”, me decía mi abuela y la idea mucho no me tranquilizaba.
Todo eso pasó porque sus anteriores hermanos no habían sobrevivido a una comilona paterno- materna. Cuando era chica no podía creer que se los hubiera comido el padre gato (hoy dudo de que haya sido él). Una mañana me levanté y encontré las sobras: pelos pegoteados con sangre en las paredes blancas del patio. Por eso, a la otra cría, decidí llevármela lejos junto con la gata.
Pero, como a pesar de la mudanza, los pequeños gatos no sobrevivían, decidí castrar a la madre. Así, el pobre animal, perdió su instinto gatuno (la gata no maullaba más, pero tampoco hablaba). Yo, a mi corta edad, había tenido que tomar la difícil decisión de desanimalizarla para dejar, como siempre, la humana domesticación por la mitad.

Con mujeres o sin mujeres
la vida de los gatos
estaba hecha añicos.
Eran gatos marrones
que tensaban la pata,
pero también tenían
su paraíso:
estaba antes
mucho antes
de la succión de la leche
de su corto
mundo comido.

* novela de Didier Van Cauwelaert

Saturday, October 14, 2006



***Anclada en un tiempo en una misma hora, ésta es MI ÚLTIMA VERSIÓN.

"Cuántos más esfuerzos hacía por paliar esta situación, más difícil me resultaba comprender NI UNA SÓLA PALABRA de nuestra hermosa lengua"- Sylvia Plath en Cartas a mi madre.

El buen alemán

Una carta de ciudadanía,
ésa, la consiguió barata
una ganga de Once
otro pedazo de tela
una porquería más.

En el mediodía de la ciudad
ejerce su derecho
por algo ostenta
lengua perfecta
paso rápido, distraído
no choca a nadie
es la hora pico
¡los otros caminan tan mal!

Se sienta
pide comida
para pisarla
sacarle el jugo,

no dejar sobras,
pibe chupón,
absorbe todo
hasta el final.

Siempre hay propina
las monedas que caen
no las soporta
las junta
le encanta el ruido en los bolsillos
se acuerda que un día
le puso un cascabel
en el cuello
a su gata
murió con la boca abierta
tratando de arrancárselo
con la mandíbula atorada
en la cinta bebé del cascabel

convertida en un charco
de saliva espesa
en un despojo
de pelos cortos y mojados
en las sobras
de la cena
que nunca fue.


Para el entierro
tuvo el don
de unas palabras
forzó su lengua
sólida, firme:
"fue la acción humanitaria
-dijo piadoso-
la pasión por la humedad".

Es verdad que estaba triste
porque la gata no respondía
no habló
parece que no hablaba
maullaba
estaba en celo;
él, así como se lo ve,
había captado su cualidad
“liquidable”.
Él sabía:

la gata quería ser mar
pero siempre se desaguaba
la gata quería ser río
pero siempre perdía su jugo
y
como si el piso la chupara,
terminaba tirada
atraída por la ley
de gravedad.


Ahora que está lejos
sale a la calle
rumbo a lo exótico
- un lugar húmedo-:
mediodía en Once.
Por liquidar lo liquidable
no lleva culpas
transita tranquilo
en el exilio.
En el calor ciudadano
ejerce su derecho
por algo ostenta
lengua perfecta
camina rápido, distraído.
A cada paso,
escucha a alguien:

“el sol sale por el este”
pero igual siente
que ésta
es su ciudad.

Sunday, October 08, 2006



pies calientes
pisan calles de cemento
al mediodía

hinchada
camino blanca
sin querer
el sol
atravieso las paredes
con los nombres
que se adhieren a mi piel,

es la última campaña:
la política y la ciudad

es el agua que se escurre
las alcantarillas que la chupan
la fantasía de volverse
poco a poco
líquido oscuro
en un vaso
listo para tragar

alguien pregunta:
quién sabe esto
me están comiendo el país
ya no me queda lugar,
pero quién sabe esto
estoy perdiendo identidad,
en la división de aguas
me quedé sin lengua
ya no puedo hablar

yo soy el agua
blanca clara
pura o sucia
porque vino
rojo
en mi mesa
es la sangre que falta
la intermitente complicidad

aunque haga estragos
nadie me ve
desapercibida
devastada
en un país
en una ciudad…

Tuesday, October 03, 2006


Las peripecias de una profesora de español/ 1: “mi lengua alienada”.

Hoy me siento cuestionada en mi lengua, tanto que preferí, por lo menos por un rato, cerrar la boca. Y es que a veces me encuentro en situaciones insólitas, muy parecidas a la experiencia de lo siniestro freudiano que relata Masotta en “Roberto Arlt, yo mismo”:

“Todo comienza entonces a los 21 años. Yo llevaba entonces, trabajosamente, las hojas de un grueso cuaderno ‘Avón’ mientras que, manipulando palabras, hacía una cierta experiencia del mundo, a cuyo sentido, o contenido, llamaré de esta manera: lo siniestro. Esto significa: que quería se escritor y cuando intentaba hacerlo encontraba que no conocía el nombre de las cosas.”

Pero peor que la falta de palabras- eso que nos pasa a todos y que tan gráficamente cuenta Masotta- es que el umbral de complicidad con las palabras que sí tengo se reduzca a cero. Es ahí cuando me pregunto: ¿cómo fue que mi lengua se volvió tan extraña que en ocasiones me veo en el aprieto de tener que legitimarla frente a una lengua inexistente, irreal, que muchos llaman “español neutro”, una lengua carente de todo valor de “uso” que en la realidad nadie habla? En este punto mi experiencia de lo siniestro freudiano se toca con la de la alienación: el trabajador “está en casa cuando no trabaja, y, cuando lo hace, no está en casa” escribe Marx en los Manuscritos del ‘44. Así me siento yo en mi trabajo: arrancada de mi lengua, alienada de mi estilo, lidiando con una lengua desprovista de todo valor.