Monday, July 21, 2008

Dejemos la crítica de lado



Lo primero que se me vino a la cabeza a la mañana del domingo fueron los calambres en las piernas, nuevos calambres, insistentes y pensé que por ahí era por las medias o por los cordones muy apretados de las zapatillas, pero lo segundo que se me apareció con más insistencia fue la noche anterior, la noche de anoche como dicen, en la que estuve más acelerada que nunca porque tomé mucho speed… y en la que estuve tan enfurecida. Y me acordé de lo que había pasado, me tiraron la lengua y entonces empecé a hablar sin parar, como una loca, hablé demasiado, largué todas mis cosas acumuladas de estos días. Fuimos a una fiesta con mis amigas, una fiesta de esas donde todos se quieren levantar a todos y ni bien llegué fui a la barra a pedir un trago, no había cajera así que tuve que esperar y el chico que tenía atrás me elogió mi billetera rosa con vaquitas de san antonio pero dijo que era una lástima que esos bichos fueran la plaga del trigo (o del maíz). Y ahí empezó todo porque jajajaja, yo me reí y le contesté que no se pensara que mi portación de vaquitas rojas tenía alguna significación política y le pregunté de dónde era- de Trenque- Lauquen- y no me acuerdo todo, qué siguió exactamente a esto, pero en un momento dado me dijo que yo llevaba en el corazón igual que él la cinta roja, la federal, y yo entonces aproveché para decirle que mi cinta nada tenía que ver con la suya, que no confundiera, que federalismo de la Provincia de Buenos Aires nada que ver con el mío y así y así, que no había nada de homogéneo en la causa federal y bue… discutimos y le dije que se acordara de que en el norte también hay un país y que yo me negaba a leer el Facundo de Sarmiento porque quería darle la espalda a la tradición liberal y que si le daba la espalda me caía en el total vacío (¿o no?), que esa era mi sensación, que a pesar de todas esas intelecciones que se pueden hacer sobre el asunto, yo sentía la nada misma cercándome bien de cerca, así, como si fuera una sopa blanca tirada en la mesa de la que uno intenta escapar para no mancharse, mojarse y me dijo que guarda con mis metáforas, que la mancha de sopa blanca era igual al desierto sarmientino y que tampoco yo podía pensar más allá y yo, ronca, ronquísima, le grité que no me importaba nada quién escribirá el Facundo, que yo lo que me preguntaba muy ambiciosamente era quién lo dejará de escribir, de leer y así, así, hasta que nos cansamos y nos fuimos. Y yo estaba enfurecida y encima llegó otro pibe que me dijo que era de Venado Tuerto, Santa Fe, a lo que contesté con toda el alma, sin dudarlo, con mi mejor espontaneidad ah, ¿qué? ¿salieron a festejar? Y se re ofendió porque dijo que no le gustaban los extremos, que pasar los límites siempre es malo y que yo me había excedido – no tanto igual- como esos que escribieron cobos, traidor, saludos a vandor y yo le dije que no se desvelara, que eso era un discurso muerto, restos de una retórica envejecida que a algunos hace llorar de nostalgia y a otros, como los fanáticos de capusotto, reír, pero que yo ya no me reía, y eso no lo dije, obvio, me lo guardé, lo pensé para mis adentros, pensé que mi noche iba cuesta abajo y me sentía imposible, sabía que no iba a poder dormir y que ni el mejor de los besos iba a lograr cerrarme la boca.