Wednesday, January 19, 2011


Vacaciones 2


Pescadores

Me senté enfrente del lago. Era la hora de la siesta y no había mucha gente, solamente una pareja de pescadores y otro pescador solitario. Los que estaban de a dos eran una abuela y su nieto. Ella era muy vieja, súper arrugada y tostada, con pocos dientes y el pelo largo y gris atado en una cola de caballo. Las abuelas de pelo largo me producen un sentimiento encontrado. Por un lado, son como las viejitas de los cuentos, mujeres en las que los años decantan perfectos, hermosas en su vejez, como Rose de Titanic, la amante sobreviviente del personaje de Di Caprio. Pero en la vida real ninguna tiene el cabello tan plateado, más bien tienen un tinte deslustrado por la pobreza. Es que por lo menos en la clase a la que pertenezco las ancianas deben usar el pelo corto porque el largo produce algo así como una inconveniencia social, como si la largura del cabello fuera solo permitida en la juventud. Hay algo de prohibido en el pelo largo de una anciana, algo que produce incomodidad.
Aunque la viejita usaba ropa a la moda, su cuerpo octogenario la volvía decrépita, parecía el vestuario viejísimo de una actriz que tuviera que hacer de una muerta viva recién salida de la tumba. Nada más que su ropa era cualunque, nada comparado con lo que debería llevar una mujer fantasma o zombi. Llevaba unas calzas floreadas y una remera blanca larga que le tapaba lo que intuía como una cola raquítica, de esas colas que de tan flaquitas se hunden a los costados. Él era gordito, estaba tostado, usaba bermudas, una remera fluorescente (de esas que tanto se usan acá) y anteojos de sol.
Los dos estuvieron largo rato tratando de desenredar un pedazo de tanza. Pensaba que estaban embarcados en un trabajo inútil que pegaba con su aspecto lumpen. Pero no. Improvisaban una caña de pescar. Con el hilo ya desenrollado, ataron la plomada en una punta y la otra la enroscaron al cuello de una botella de plástico. Después fueron enrollando unos tramos de hilo en la parte gorda de la botella para que funcionara como un carrete. Se ve que hicieron un trabajo espléndido porque pescaron en una hora 3 peces plateados. No eran muy grandes, pero lo suficiente para que el pescador solitario y con tecnología de punta los miraba con envidia. Él, con su inmensa caña, no había pescado nada.
Cada vez que el hilo de la caña de la viejita se tensaba yo miraba ansiosa para ver qué salía. El agua de la laguna es muy oscura y uno fantasea que de ahí adentro puede salir un pez como nunca antes se vio, un pez que de tan hermoso nadie se atreve a comerlo y que tiene que ser restituido inmediatamente al agua. ¿No hay en el mundo peces sagrados? Los antropólogos deberían investigar, buscar si en algún río o mar hay algún animal marino de carne muy blanca o muy negra, brillante (porque así yo me imagino que será el pez sagrado).
La verdad es que cuando vi salir al aire sucesivamente a los 3 pececitos me desilusioné un poco. Me había imaginado otra cosa. No es que fueran de por sí tan pequeños, eran chiquitos en relación a mi fantasía. En cambio, la vieja pescadora y su joven acompañante se mostraban dichosos. Empecé entonces a divagar mentalmente acerca de lo relativa que es la felicidad, que siempre depende de cómo uno se acostumbre a vivir. Un chico de la calle, por ejemplo, puede ser feliz cuando consigue que alguien le tire 5 p en vez de unas moneditas. Un millonario, en cambio, solo se contenta con billones de billetitos de 5 p.
Andá a saber cómo era la vida de estos pescadores improvisados. Tal vez vivían en un tráiler, como esos que muestran en las pelis norteamericanas. Casas pobres para los negros o los white trash. Siempre pensé que de vivir en una casa así compensaría mi humildad con mucha limpieza y decoración. Para el caso de la casa motora de esta viejita, el decorado podría ser: una red agarrada a la pared en las 4 esquinas y, colgados de ella, diferentes seres marinos (estrellas, caballos, almejas, caracoles, huevos de tiburón). Sedales con caracoles rosas enhebrados como cortinas para la puerta y, en el centro de la mesa de fórmica marrón, algas de mar verde petróleo sumergidas en un frasco grande de conservas.


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