Entender cierta dureza
como si hubiera que
escalar una montaña
enorme escarpada
empinada y exhausta.
El alcohol y los perfumes son
dos formas fluidas
complotadas contra el odio
de lo sólido, son
la conjura de los encantos
de las mujeres hechiceras
brujas capaces
de frenar con el movimiento
de los muslos
la peor de las matanzas.
Lo líquido
que se mezcla con
lo durísimo
de la piedra, el libro y la caminata
de la cucaracha. Se mezcla
con un militarismo
extremo que se hizo carne
íntima
la rigidez que conduce
una vida:
levantarse acostarse
y en el medio el trabajo,
que dignifica.